Parece el ojo de un androide del cine, pero simboliza una
esperanza para millones de personas que padecen retinopatía y degeneración
macular relacionada con la edad, dos causas principales de ceguera.
Funciona así: una minicámara, acoplada a unos lentes que usa
el paciente, capta imágenes casi del mismo modo que un ojo real, y las
transmite inalámbricamente a un microchip revestido de titanio inserto en el
ojo. El chip estimula las células nerviosas de la retina, que envían las
imágenes al cerebro por el nervio óptico.
“El implante no restaura totalmente la visión — admite el
coinventor John Wyatt, ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachusetts—,
pero nuestra meta es dotar al usuario con la suficiente para que pueda caminar
por espacios familiares sin bastón ni lazarillo”.
Las investigaciones, al margen de estos nuevos dispositivos,
continúan para hallar la forma de evitar la ceguera “genética” y tratar de
forma rápida y efectiva la producida por causas externas a los genes a lo largo
de la vida, teniendo como meta ofrecer la posibilidad de una vida con imágenes
a todas las personas que hoy sufren la ausencia de visión y garantizarlo a las
futuras generaciones que vendrán.
Miriam Arjona Jiménez
Miriam Arjona Jiménez
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